La fundación de Santafé en 1538, no puso fin a la creencia del pueblo muisca de adorar en algunas partes de las montañas y de continuar utilizando los caminos que por ellas conducían a sus lugares sagrados. Antes bien, estas creencias muiscas se vincularon con la costumbre cristiana de edificar ermitas en las altas cumbres, lo que con el tiempo hizo posible que en Santafé se construyeran ermitas tanto en el pie del monte, en las faldas y sobre las cimas de los cerros orientales.
Entre la década de 1620 y 1630, fue costumbre celebrar la fiesta de la Santa Cruz en el cerro alto de las Nieves. La Hermandad de la Santa Cruz promovió la devoción de la Cruz, construyendo estaciones por el camino de ascenso al cerro, que representaban los santos lugares de Jerusalén, colocando en cada estación una cruz con un letrero que enseñaba el misterio que en ella se veneraba. Las estaciones iban desde el pie de la cuesta hasta la cúspide y los fieles que subían rezando, contemplaban los misterios de la Pasión de Cristo.
Teniendo en consideración esta devoción, don Pedro Solís y Valenzuela, Jacinto García, Domingo Pérez y Francisco Pérez de la Puebla, se presentaron ante los señores Presidente de la Audiencia y Arzobispo de Santafé solicitando licencia para fabricar una ermita en lo alto del cerro.
A los fundadores les pareció que la devoción de la Santa Cruz vendría en mayor aumento si se completaba con la de la Virgen María; con esta determinación, la Virgen de Montserrat de España se integró a la Cruz santafereña de las Nieves y, la ermita que se construyó sobre el cerro se denominó de Nuestra Señora de la Cruz de Monserrate (1650). La elección de esta advocación se debió a que un tío de Pedro Solís y Valenzuela había sido anteriormente, Abad del Monasterio de Nuestra Señora de Montserrat en Cataluña – España.
El Padre Bernardino de Rojas, en el tiempo en que fue administrador de la ermita de Monserrate, encargó las tallas de un Cristo Crucificado y de un Señor Caído al escultor santafereño don Pedro Lugo de Albarracín: imágenes por las que pagó 105 patacones, como consta en el certificado que se expidió el 15 de febrero de 1656. En un principio, estas esculturas, fueron colocadas en un lugar lateral de la ermita, para las que se construyó una capilla destinada a la adoración del Santo Cristo. De las dos imágenes, la del Señor Caído ganó importancia con el tiempo y finalmente, terminó reemplazando en el patronazgo de la ermita a la Virgen de Montserrat.
La imágen de la Virgen de Montserrate desapareció del lugar, no sin antes, bautizar a la montaña, la cual dejó de señalarse como cerro de las Nieves, para empezar a llamarse como de Monserrate, nombre con el cual se conoce hasta el día de hoy.
El Señor Caído de Monserrate, invocado popularmente como Señor de Monserrate se hizo particularmente conocido entre las obras de don Pedro Lugo de Albarracín, pues gozo desde muy temprano, de la fama de ser una imagen milagrosa, lo cual llevó a que los devotos y la feligresía capitalina peregrinara continuamente a su Santuario, buscando obtener de Él generosos favores.
Según santo Tomás, las imágenes de Jesucristo entraron uso en la Iglesia por tres razones: primera, para instruir a quienes desconocen, pues ellas sirven de lecciones objetivas; segundo, para que se grabe más fácilmente en la memoria el misterio de la encarnación; y tercera, para fomentar el afecto de la devoción que brota más por lo que se ve que por lo que se oye. Las representaciones de don Pedro Lugo de Albarracín cumplen con estas tres razones, pues, siendo posteriores al Concilio de Trento y de raíz española, están cargadas de realismo y de emotividad, y por lo tanto, de la necesidad de cubrir la madera y hacer que ésta parezca carne. Los fieles que la observan, no puedes dejar de conmoverse y de descubrir en ellas, las enseñanzas de una vida cristiana.
Durante la primera década del siglo XX, la devoción por el Señor de Monserrate había llegado a tal grado, que la ermita construida en tiempos coloniales, no daba abasto para albergar a los peregrinos que diariamente subían a visitarlo, sobre todo los días Domingo. Viendo esta urgente necesidad, el Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, autorizó al Padre Nacianceno Ocampo para que construyera un nuevo templo con mayor capacidad.
El 3 de mayo de 1915, día de fiesta de la Santa Cruz, se empezó la demolición de la ermita que por más de dos siglos y medio había albergado la imagen del Señor Jesús en el momento de su crucifixión. Fue notoria la devoción por esta imagen, cuando los peregrinos al subir a visitarlo, aprovechaban para cargar consigo por el camino a pie los materiales que requería la obra. La construcción requirió de cinco largos años.
Luego de que se consagrará el templo de Monserrate a la Pasión de Cristo, el Cardenal Crisanto Luque, al observar que día a día aumentaba la devoción por el Señor Caído, recomendó a la Santa Sede, que erigiera la iglesia de Monserrate como Basílica Menor. Ante lo cual el Papa Pío XII, el 25 de mayo de 1956, aprovechando el tercer centenario de la Imagen del Señor Caído, confirió para siempre el honor y la dignidad de Basílica Menor a la iglesia de Monserrate, otorgándole todos los derechos y privilegios litúrgicos que competen a los templo de tal dignidad.
Fuente: Santuario de Monserrate