Hoy celebramos la fiesta de nuestra Señora, la Virgen del Rosario

Su fiesta fue instituida por el Papa san Pío V el 7 de Octubre, aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la Batalla naval de Lepanto (1571), atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.

Desde el principio de la Iglesia, los cristianos rezan los salmos como lo hacen los judíos. Más tarde, en muchos de los monasterios se rezan los 150 salmos cada día. Los laicos devotos no podían rezar tanto pero querían según sus posibilidades imitar a los monjes. Ya en el siglo IX había en Irlanda la costumbre de hacer nudos en un cordel para contar, en vez de los salmos, las Ave Marías. Los misioneros de Irlanda más tarde propagaron la costumbre en Europa y hubieron varios desarrollos con el tiempo.

La Fiesta del Santo Rosario de la Virgen María

¡Vencedora de las batallas!

Así como cada día estamos recibiendo nuevos favores y nuevos beneficios de la Santísima Virgen, así también tiene cuidado la Santa Iglesia de manifestarle nuestro debido reconocimiento, instituyendo nuevas solemnidades, pretendiendo excitar y aumentar todos los días la tierna devoción de los fieles con fiestas particulares. El motivo o la ocasión de la solemnidad de este día fue uno de los más señalados favores que recibió la cristiandad por la poderosa intercesión de la Madre de Dios, al tiempo que los turcos, orgullosos con las grandes conquistas que hacían cada día sobre los cristianos, nada menos se prometían que apoderarse de toda Europa, y enarbolar su media luna sobre la cúpula de la Iglesia de San Pedro en la capital del mundo cristiano.

Había más de un siglo que los turcos tenían llena de terror a toda la cristiandad por una continua serie de victorias que les permitía Dios, ya para castigar los pecados de los cristianos, ya para volver a excitar en sus fríos corazones la medio apagada fe. El año de 1521 se apoderó Solimán II [Nota del transcriptor: En realidad fue Solimán primero] de la plaza de Belgrado; el de 1522 se hizo dueño de la Isla de Rodas; y pensando ya únicamente en dilatar sus conquistas hasta donde se extendía su ambición, entró en Hungría el año de 1526; ganó la batalla de Mohaes; se apoderó de Buda, de Pest, de Gran y de algunas otras plazas; penetró hasta Viena de Austria; tomó y saqueó a Tauris; y por medio de sus generales rindió con las armas otras provincias de Europa. Su hijo y sucesor Selim II conquistó la isla de Chipre el año de 1571; puso en el mar la más numerosa y la más formidable armada que había visto aquel monstruo sobre sus espaldas, lisonjeándose de hacerse dueño con ella no menos que de toda Italia. Atónita una gran parte de la cristiandad, consideró que dependía su fortuna de la dudosa suerte de una batalla. Era muy inferior la armada naval de los cristianos a la de los turcos, y no podía prometerse la victoria sino precisamente con la asistencia del cielo. La consiguieron por intercesión de la Santísima Virgen, bajo cuya protección había puesto la armada el Santo Pontífice San Pío V. Se dio esta memorable batalla, la más célebre que los cristianos habían ganado en el mar, el día 7 de octubre del año de 1571.

La batalla de Lepanto, 1571 d.C.

La batalla de Lepanto, 1571 d.C.

Estaban los turcos ancorados en Lepanto, cuando tuvieron aviso de que los cristianos, saliendo del puerto de Corfú, venían a echarse a velas tendidas sobre ellos. Tenían tan bajo concepto de la armada cristiana, que nunca creyeron tuviesen atrevimiento a presentarles el combate. Sabían a punto fijo el número de navíos de que se componía; pero ignoraban que venían a pelear bajo la protección de la Santísima Virgen, en quien, después de Dios, tenían colocada toda su confianza; y por eso quedaron extrañamente sorprendidos cuando fueron informados de que la armada naval de los cristianos había ya ganado ya la altura de la isla de Cefalonia. Acostumbrados los turcos después de tanto tiempo a vencer y a derrotar los cristianos, celebraron su intrépida cercanía como presagio seguro de una completa victoria. Superiores en tropas y en navíos, levantaron áncoras para cerrarles el paso con ánimo de cortarlos y de envolverlos; de manera que ni uno solo escapase para llevar la noticia de su derrota. Apenas se dejó ver la armada otomana, mandada por Ali Pasha, cuando la armada cristiana, que con título de generalísimo mandaba el señor don Juan de Austria, hermano natural de Felipe II, rey de España, juntamente con Marco Antonio Colona, general de la escuadra pontificia, levantando un esforzado grito, invocó la intersección de la Santísima Virgen, su soberana protectora.

La intercesión de la Virgen María en la batalla de Lepanto

La intercesión de la Virgen María en la batalla de Lepanto

Se hallaban las dos armadas a distancia de doce millas cuando se dio la señal de combatir, y se enarboló el estandarte que los dos comandantes habían recibido en Nápoles de parte de su Santidad. Apenas se descubrió la imagen de Cristo crucificado que estaba bordada en el estandarte pontificio, cuando le saludó toda la armada con grandes gritos de alegría; y haciendo señal a la oración, todos los oficiales y todos los soldados adoraron de rodillas la imagen del crucifijo: espectáculo verdaderamente tierno y religioso ver al oficial y al soldado armado para pelear a los pies de Jesucristo, implorando su asistencia para vencer a los infieles por intercesión de su madre la Santísima Virgen, cuya imagen se veneraba a bordo de todas las embarcaciones. Entre tanto, se iban acercando las dos armadas, favorecida del viento la cuadra turca, circunstancia que daba mucho cuerpo al sobresalto y al temor. Se volvieron entonces con mayor fervor los cristianos a la soberana Reina, bajo cuyos auspicios iban a combatir, y cambiándose el viento de repente, comenzó a soplarles de popa con tanta dicha, que todo el humo de la artillería cargaba sobre la escuadra otomana, mudanza que todos calificaron de milagrosa, recibiéndola como visible prueba de la asistencia del cielo. Se hallaron a tiro de cañón las dos armadas el día 7 de octubre, y se hizo tan terrible fuego de una y otra parte, que por largo espacio de tiempo quedó el aire oscurecido con la densidad del humo. Tres horas había durado ya el obstinado combate con empeñado valor, y con casi igual ventaja de unos y de otros combatientes, cuando los cristianos, más confiados en la protección del cielo, que en los esfuerzos de su corazón y de su brazo, observaron que los turcos comenzaban a ceder, y que se iban retirando hacia la costa. Redoblando entonces su confianza y su ardimiento nuestros generales, hicieron nuevo fuego sobre la capitana turca; mataron a Ali Pasha, abordaron su galera y arrancaron el estandarte. Mandó a este tiempo don Juan de Austria que todos gritasen victoria, y ya desde entonces, dejando de ser combate, comenzó a ser horrible carnicería en los infelices turcos, que se dejaban degollar sin resistencia. Treinta mil hombres perdieron estos en aquella célebre batalla, una de las más sangrientas para ellos que jamás habían conocido desde la fundación del imperio otomano.

El Papa San Pío V

El Papa San Pío V

Tuvo revelación de la victoria el Santo Pontífice Pío V en el mismo punto que fueron derrotados los turcos; tan firmemente persuadido de que había sido efecto de la particular protección de la Santísima Virgen, que instituyó esta fiesta con el nombre de Nuestra Señora de la Victoria, como lo anuncia el martirologio romano por estos términos: El mismo día 7 de octubre, la conmemoración de Nuestra Señora de la Victoria, fiesta que instituyó el Santo Papa Pío V en acción de gracias por la gloriosa victoriosa que en este día consiguieron los Cristianos de los turcos en una batalla naval por la particular protección de la Santísima Virgen.

Para empeñar más particularmente la poderosa protección de esta Señora a favor de las armas cristianas en ocasión tan peligrosa, se había valido el Santo Pontífice de la devoción del Santo Rosario, tan del agrado de la soberana Reina, y ya entonces muy antigua en la Iglesia de Dios, y por eso mandó que la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria fuese al mismo tiempo la solemnidad del Santísimo Rosario. No menos convencido el Papa Gregorio XIII de que la batalla de Lepanto, ganada contra los turcos, se debía a esta célebre devoción, ordenó, en reconocimiento a la Santísima Virgen, que perpetuamente se celebrase la solemnidad del Rosario el primer domingo de octubre en todas las iglesias donde se erigiese esta devotísima cofradía.

Clemente XI, uno de los pontífices que gobernaron la Iglesia de Dios con mayor celo, con mayor prudencia y con mayor dignidad, noticioso de la victoria que las tropas del emperador consiguieron de los turcos el día de Nuestra Señora de las Nieves 5 de agosto de 1716, cerca de Salakemen, conocida con el nombre de la batalla de Selim, una de las más completas que hasta ahora se han ganado contra los infieles, pues perdieron en ella más de treinta mil turcos, que quedaron tendidos en el campo de batalla, sin contar los prisioneros, toda su artillería, sus tiendas, sus bagajes, las provisiones, la cancillería, la caja militar, dos colas de caballo, todas sus banderas y estandartes; reconociendo muy bien que está señalada victoria se debía a la especial protección de la Santísima Virgen, mandó desde luego cantar una misa solemne en Santa María la Mayor en acción de gracias de tan insigne beneficio. A este inmediatamente siguió otro en nada inferior al primero, cual fue haber levantado el sitio de Corfú en el día de la octava de la Asunción, 22 del mismo mes y año.

Agradecido el piadosísimo pontífice a esta doble protección, después de haber publicado una indulgencia plenaria en Santa María de la Victoria, y enviados los estandartes que se tomaron a los turcos a Santa María la Mayor y a Loreto, mandó que la fiesta del Rosario, limitada hasta entonces a las iglesias de los padres dominicos y a aquellas donde hubiese cofradía de esta advocación, en adelante fuese fiesta solemne de precepto para toda la Iglesia universal en el primer domingo de octubre; muy persuadido de que la devoción del Rosario era el medio más eficaz y más propio para agradecer a la Santísima Virgen los favores recibidos por su poderosa protección, y para empeñarla en que cada día nos dispensase otros nuevos y mayores.

Nuestra Señora del Rosario con Santo Domingo y Santa Rosa de Lima

Nuestra Señora del Rosario con Santo Domingo y Santa Rosa de Lima

Es bien sabido que este método de orar se le debe al gran Santo Domingo, que estableció esta admirable devoción en consecuencia de una visión con que le favoreció la Santísima Virgen el año de 1208 al mismo tiempo que estaba predicando contra los errores de los albigenses. Se hallaba un día el santo en fervorosa oración dentro de la capilla de Nuestra Señora de la Provilla, y apareciéndosele la Madre de misericordia, le dijo: Que, habiendo sido la salutación angélica como el principio de la redención del género humano, era razón que lo fuese también de la conversión de los herejes y de la victoria contra los infieles; que por tanto, predicando la devoción del Rosario, que se compone de ciento cincuenta Ave Marías, como el salterio de ciento cincuenta salmos, experimentaría milagrosos sucesos en sus trabajos, y una continuada serie de victorias contra la herejía. Obedeció Santo Domingo el soberano precepto; y en lugar de detenerse, como lo había hecho hasta entonces en disputas y controversias, que por lo regular son de poco fruto, no hizo en adelante otra cosa que predicar las grandezas y excelencias de la Madre de Dios, explicando a los pueblos el mérito, las utilidades y el método práctico del Santísimo Rosario. Luego se palpó la excelencia de esta admirable devoción; siendo la mayor prueba de su maravillosa eficacia la conversión de más de cien mil herejes, y la mudanza de vida de un prodigioso número de pecadores atraídos a la verdadera penitencia, y arrancados de sus inveteradas costumbres. Esta fue, hablando en propiedad, la verdadera época de la devoción del Santísimo Rosario y de su famosa cofradía, tan célebre en todo el mundo cristiano, autorizada por tantos sumos pontífices, con tantos y tan singulares privilegios, y considerada ya como dichosa señal de predestinación respecto de todos sus cofrades.

A la verdad, ¿qué devoción puede haber más grata a los ojos de Dios, ni qué oración más eficaz para merecer la protección de la Santísima Virgen? El Padre nuestro, o la oración dominical, que en ella se repite tantas veces, nos la enseñó el mismo Jesucristo; la salutación angélica, que se reza ciento y cincuenta, se compone de las mismas palabras del ángel, y de las que pronunció Santa Isabel cuando la Virgen la visitó; la oración que la acompañaba es oración de la Iglesia. Se compone el rosario entero de quince dieces de Ave Marías, y de quince Padre nuestros. Los cinco primeros son de los cinco misterios gozosos, los cinco segundos de los dolorosos, y los cinco terceros de los gloriosos que fueron de tanto consuelo para la Santísima Virgen.

Los misterios gozosos son la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Cristo, la Purificación, y el Niño Jesús perdido y hallado en el templo en medio de los doctores. Los misterios dolorosos son la oración del huerto, el paso de los azotes, la coronación de espinas, la cruz a cuestas y la crucifixión del Salvador en el monte Calvario. Los misterios gloriosos son la Resurrección, y aparición a su santísima Madre, su ascensión, la venida del Espíritu Santo, la triunfante Ascensión [Asunción] de María en cuerpo y alma a los cielos, y su coronación en la gloria. Por la meditación de estos misterios es el rosario una de las más santas oraciones de la Iglesia, en que, yendo el corazón de acuerdo con las palabras, se tributa a Dios un perfecto culto de religión; y rindiéndose a María el tributo que se le debe, se le gana el corazón, y se la obliga a derramar sobre sus fieles siervos aquella abundancia de bendiciones y aquellos tesoros de gracias, cuya distribución tiene a su cargo.

Nuestra Señora de Fátima se apareció en 1917 y se eligió el título de la Virgen del Rosario

Nuestra Señora de Fátima se apareció en 1917 y se eligió el título de la Virgen del Rosario

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Publica: Coordinación de Prensa y Comunicaciones Canal Cristovisión

Fuente: vaticanocatolico.com

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Posted by editor22