Poco a poco la práctica de la caridad y las obras de misericordia, junto con el mensaje de la palabra de Dios; nos han venido preparando para la celebración del misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Durante estos cinco domingos de Cuaresma, la palabra de Dios nos ha guiado en estas prácticas cuaresmales indicándonos la mejor forma de ser verdaderos y auténticos cristianos.
Es en este contexto como las lecturas de este quinto domingo nos sitúan ante un símbolo: el sepulcro, y una realidad: la muerte. El pueblo de Israel (como todos los pueblos de la tierra) experimentó situaciones de profunda desesperanza como es el caso del exilio. Esta situación los llevó a afirmar que “no había nada más qué hacer”. Fue tal su angustia y desesperanza que el profeta Ezequiel llegaría a comparar la situación del pueblo como estar en una tumba porque no se podía volver atrás, porque se había iniciado un proceso de descomposición del cual solo se podía esperar la destrucción definitiva. Es en este escenario de desconsuelo, desesperanza y destrucción donde el Señor irrumpe dando a conocer su promesa: “Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel” (Ez 37,12). Como también se hace evidente en los textos. Dios cumple con su promesa dando consuelo y esperanza incluso a aquellos que en algún momento de la vida llegaron a pensar que no la tenían.
Se comprende ahora por qué los relatos que hemos escuchado del antiguo testamento (como el de Ezequiel) al ser conocidos por los cristianos, les fue permitiendo comprender de mejor manera lo que Jesús decía y hacía en medio de ellos (por ejemplo frente a la tumba de su amigo Lázaro). Estos cristianos llegarían a afirmar con sus palabras y a comprobar en su vida que en Jesucristo se cumplían las promesas hechas por Dios. El Yahvé del antiguo testamento (así se le decía a Dios: Yahvé “Yo soy”), Jesucristo, está frente a ellos haciendo las obras de su Padre: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá” (Jn 11, 25)
Más que el milagro de la resurrección de Lázaro, la palabra en este quinto domingo de Cuaresma nos invita a ubicarnos frente a nuestras realidades de “sepulcro y muerte”. De sepulcro y muerte porque ya de por sí –como le dirá Marta a Jesús cuando le pide que quiten la piedra del sepulcro -“huelen mal, porque ya hace mucho que están ahí muertas”.
Valdría la pena preguntarnos entonces ¿qué aspectos de nuestra vida están en el sepulcro, muertos, causando malestar e incomodidad por su “mal olor? Ante esta situación, como cristianos católicos deberíamos dejarnos cuestionar por el Señor de la vida que hoy nos pregunta: “¿crees esto?” (Jn 11,26 b). Prefieres quedarte en tu tumba, diciendo: “es inevitable, estoy muerto en vida, ya no puedo salir ” o te atreves a escuchar la voz y la invitación de Jesucristo, que como a Lázaro, te dice “sal fuera” (Jn 11,43).
Con la fe y la esperanza que nos anima, debemos reconocer que por encima de nuestras realidades de muerte, de dolor, de sufrimiento que nos mantiene en el sepulcro; las palabras de Jesús que deben resonar continuamente en nuestros corazones tímidos e incapaces de salir con las propias fuerzas de nuestros pecados y debilidades deben resonar fuertemente: “¿no te he dicho que si tienes fe, verás la gloria de Dios? “ (Jn 11,40). Es el Espíritu de Jesús el que nos hace personas llenas de vida y fuerza para seguir adelante. Como a Lázaro, el intentar salir del sepulcro, inicialmente nos costará trabajo porque estaremos aun amarrados a muchas cosas y será difícil maniobrar; pero la acción de Dios en nosotros que nos sostiene y nos empuja haciéndonos creyentes más fuertes y llenos de esperanza, nos permitirá ir saliendo del sepulcro limpiando nuestra vida de todo aquello que nos impide cumplir con la voluntad del Señor.
Pidamos al Señor que su espíritu, “el espíritu vive por la fuerza salvadora de Dios” (Rm 8,10b), nos acompañe durante esta semana. Que con toda nuestra alma confiemos en El, que no vivamos conforme a nuestros deseos sino conforme al Espíritu de Dios que vive en nosotros.
-Padre Ramón Zambrano-