Queridos hermanos, continuamos nuestro camino hacia Pentecostés, fiesta de la Iglesia. El pasado domingo recordamos, proclamamos y celebramos el mandamiento del amor como señal suprema de la pertenencia al grupo de Jesús. La palabra de este sexto domingo de pascua nos relata las tensiones existentes entre los miembros de la comunidad del Señor. Tensiones de por sí muy importantes porque ayudaban a la Iglesia naciente a confirmar la promesa de la permanencia del Resucitado en medio de ellos y a aplicar siempre las enseñanzas de Jesús para mantenerse en la unidad: “El que me ama guardará mi palabra, y mi padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”(Jn 14,23).
Esta situación que se describe en los Hechos de los Apóstoles es muy importante porque durante toda la historia de la Iglesia nos ha permitido entender como nosotros, los discípulos de Jesús aclaramos y solucionamos las interpretaciones inadecuadas de la fe que en ocasiones logran confundirnos y porque no decirlo, desviar el verdadero sentido del mensajes del Señor.
La controversia que se narra se suscita por algunos que defienden la obligatoriedad de los ritos judíos, entre ellos la circuncisión que, según ellos, debía seguirse realizando a los nuevos creyentes que provenían del mundo pagano. El asunto se clarifica cuando los apóstoles y los presbíteros se reúnen asistidos por el Espíritu Santo para evitar que se pongan más cargas de las necesarias en el seguimiento de Cristo. Seguramente algunos no estuvieron de acuerdo con esta decisión de los apóstoles, hecho que sigue presentándose a lo largo de la historia cuando algunos miembros de la Iglesia no han estado de acuerdo con los concilios donde los sucesores de los apóstoles se pronunciaban respecto a interpretaciones de la fe; sin embargo, para la Iglesia la promesa de Jesús sobre sus discípulos supone la confianza en los pronunciamientos de quienes, inspirados por el Espíritu Santo han asumido con responsabilidad y valentía la misión y el mandato recibido del Señor: “Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26).
Es en este sentido como debemos comprender lo que ahora le corresponde hacer al Santo Padre cuando, animado por el mismo Espíritu Santo, invita a los hijos de la Iglesia a relacionarse desde la misericordia del Padre con realidades complejas que han de ser atendidas hoy por los pastores y creyentes dando respuestas cargadas de amor y misericordia inspiradas en las mociones del Espíritu Santo y fundadas en el magisterio y tradición de la Iglesia. Para algunos bautizados la respuesta a este llamado ha sido difícil porque significa proponer y no imponer la propuesta de Jesús. Para otros bautizados, basados en interpretaciones personales y revelaciones privadas que contradicen las palabras del Señor; sus maneras obstinadas y sin fundamento los hacen caer en la tentación de deslegitimar al Papa o a la Iglesia creando confusión y división en los fieles y al interior de las comunidades que con fe y esperanza confían en las orientaciones de sus pastores.
Debe resonar hoy en nuestra vida el querer del Señor: “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”(Jn 14,27b). Que podamos vivir nuestra fe confiados en las orientaciones del Sumo Pontífice, de los Obispos y Sacerdotes que fieles a la tradición y al magisterio de la Iglesia continúan orientando la vida de la Iglesia. Confiemos siempre en el Señor, él nos acompaña porque somos su Iglesia y mientras que escuchemos la palabra, celebremos la eucaristía y vivamos la caridadunidos al Papa, a nuestro Obispo y a la comunidad parroquial tendremos la certeza de ir por el buen camino, el camino que Dios quiere y que nos conduce a él, cumpliendo la profecía que hoy proclamaba el libro del apocalipsis refiriéndose a nuestra Iglesia imagen de la Iglesia celeste: “la ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero” (Ap,21,23).