Varios son los mensajes que el Señor nos da a conocer a través de su palabra en este Trigésimo primer domingo del tiempo ordinario.
San Mateo nos muestra como Jesús cuestiona a las autoridades religiosas de su tiempo: “Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen” (Mt 23,3). Un oportunista pendiente de los errores y las inconsistencias de las personas encargadas de dirigir a las comunidades podría aprovechar la ocasión para descalificar por ejemplo, a la Institución religiosa generando confusión y en ocasiones rechazo a lo que los sacerdotes y pastores de la Iglesia hacen o dejan de hacer.
No ocurre así con Jesús y la comunidad de sus seguidores. Ellos emprenden su nuevo camino caracterizado por el profundo respeto a la persona, la humildad y comprensión en el trato, la defensa de la verdad y de las instituciones reconociendo además que éstas, las instituciones, esta conformadas por personas frágiles que requieren de acompañamiento y comprensión.
Quizá la preocupación del Señor sea que sus seguidores busquen estar más pendientes de Dios, de lo que él quiere, de la misión que han recibido; y dejen de lado lo que los demás puedan decir de ellos. Es en este sentido como podemos comprender que aquel que sea llamado a presidir la comunidad no puede tener otra forma de actuar que aquella caracterizada por la humildad y el servicio: “El mayor de vosotros será el que sirva a los demás” (Mt 23,11). Vale la pena recordar las palabras del santo Padre Francisco a los sacerdotes y consagrados en Medellín: “Las vocaciones de especial consagración mueren cuando se quieren nutrir de honores, cuando están impulsadas por la búsqueda de una tranquilidad personal y de promoción social, cuando la motivación es “subir de categoría”, apegarse a intereses materiales, que llegan incluso a la torpeza del afán de lucro” (Coliseo la Macarena, 9 de septiembre)
El Señor quiere que sus consagrados seamos los primeros en dar ejemplo de servicio y humildad. Fácilmente cualquiera de los que servimos en el pastoreo de la comunidad podemos caer en un enfermizo protagonismo que haga a las ovejas sean seguidoras del sacerdote, pero no de Cristo; hecho que no en pocas ocasiones lleva a los fieles a decepcionarse con facilidad ante la fragilidad de sus pastores, ante la evidencia del pecado que por el mismo hecho de ser humanos también habita en ellos.
Nosotros, lo que libremente hemos sido llamados por Dios y por la Iglesia, los que también libremente hemos aceptado nuestra misión no tenemos excusa para consentir o justificar nuestras debilidades y errores; como humanos estamos llamados a trabajar en pro de la fidelidad a Dios y a la Iglesia buscando los medios necesarios para afrontar la “debilidad” con coherencia y por amor a la verdad.
Nuestra tarea es fortalecernos en el Señor, en el amor que le hemos profesado para toda la vida, es necesario que, ya que mucho se nos ha dado, nos forjemos en el sacrificio, la mortificación y la virtud, que son propias de quien ha descubierto que su sentido de la vida está en el seguimiento de Cristo, en el desarrollo de la vocación y en el cumplimiento de la misión donde quiera que seamos enviados.
Que María santísima nos ilumine a todos para cumplir con en esa hermosa tarea de guiar a las ovejas que el Señor nos ha entregado para cuidar y edificar. Todos, en cierta forma, hemos de preocuparnos por acompañar con cuidado y dulzura a las personas que tenemos a cargo y también todos al contemplar las debilidades de las personas que nos guían, padres de familia, abuelos, jefes, gobernantes, etc debemos tener un gran corazón para seguir venerando y respetando a quien le corresponde dar ejemplo y abrir caminos. Nunca el odio, nunca el rencor, nunca hablar mal de los que nos guían y tienen autoridad sobre nosotros. El que aprende a obedecer, es leal y prudente, cuando le corresponda ejercer el liderazgo y la autoridad lo hará con sabiduría y éxito, es la ley del Señor: “porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Mt23,12)
Padre Ramón